Había una vez, en un barrio sin luz, una casa ennegrecida, en dónde habitaba yo y una joven amiga que había comenzado a rentar, desde hacía dos años. Debo de confesar, que mis únicos ámbitos eran la educación y la impartición de clases, en una vieja y pequeña escuela. Mi ocupación, por supuesto, era compartida con mi joven y silenciosa inquilina, quien a veces me observaba desde la ventana del salón dónde daba clases, mientras salía a comer mi almuerzo. Sucedió que aunque jamás pensé que pudiese lograr, ser bendecido en los terrenos del amor, pude lograr después de varios meses de salidas, comprometerme con una mujer aún más joven y de brillantes ojos azules.
Sin embargo, la suerte no fue del todo buena conmigo, y murió algunas semanas después de haber ingresado a mi casa. Había perdido los ojos, y las causas eran tan misteriosas cómo aterradoras. Quizás fuese que un asesino estuviese suelto, pero ella murió muy pronto, y volví a la soltería y a mis antiguos taciturnos pasos. Por otro lado, un día mientras daba clases, uno de mis estudiantes me señaló que crímenes semejantes ya habían ocurrido, y me lo mostró en algunos recortes de los periódicos de la ciudad. Peor aún, cuando creí que podría recuperarme, mis novias todas, perdieron los ojos, y murieron poco a poco de la misma forma que mi prometida.
Un día, movido por una fuerza más allá, al ver la puerta abierta, entré en la habitación de la joven que rentaba, y encontré varios objetos oscuros, como un cráneo y demás posesiones, como poesías de amor sin destinatario. Y en su caja de costura, algunos alfileres y agujas, que pudieron despertar mi imaginación, pero no lo hicieron. Me marché de su habitación, y me dirigí a mi alcoba, y en mis sueños, soñé con sus poderosos ojos negros.
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